VALENCIA. Tercera del abono de Fallas. Un tercio de entrada. Novillos de “El Torreón”, desiguales de presencia y nada ofensivos, pero de buen juego, algunos medidos de fuerza. Posada de Maravillas (de blanco y oro), vuelta y ovación. Álvaro Lorenzo (de grana y oro), ovación y ovación tras un aviso. Cristian Climent (de nazareno y oro), que debutaba con picadores, vuelta tras un aviso y una oreja.
Después de la experiencia del pasado sábado, en este martes se volvió a confirmarla tradición que siempre tuvo Valencia con sus novilladas. Será por el ambiente, o por la diversidad de toreros que gusta a esta afición, pero rejuvenece como se viven en esta tierra mediterránea, con un público sensible a lo que los nuevos toreros tratan de poner en práctica. Hasta en los quites, que no se dejó pasar uno, se notaba.
Para esta ocasión, el maestro Cesar Rincón envió un parejo lote de novillos de “El Torreón”, de presencia quizás demasiado medida, pero entre los que abundó el interés, en especial en los nobles y fijos que se lidiaron en 2º, 4º y 5º lugar. El menos potable, por su carencia de fuerzas, fue el que abrió plaza, al que la presidencia obligó absurdamente a entrar hasta cuatro veces al caballo: en ninguna se le pegó, porque era imposible; pero sólo con tanto capotazo y tanto topetazo contra el peto ya fue sobrado.
Así como en este debilucho primero a Posada de Maravillas se le vio destemplado en el manejo de las telas, siempre a tirones bruscos y rara vez pisando terrenos adecuados, más centrado estuvo con el buen 4º. Sigue teniendo su aquel cuando coge la muleta con la mano izquierda, aunque en esta ocasión se explayara más con la derecha. Ha mejorado sensiblemente en el manejo de la espada; la estocada al que abría plaza fue soberbia. Quizá lo que tiene ya de más cuajado lo ha perdido en frescura. Pero hay que mantenerle el crédito para esta temporada en la que tendrá que vérselas con las aficiones de Sevilla y Madrid.
A raíz de su triunfo, entre otros ciclos menores, en el “Zapato de plata” de Arnedo, Toledo ha descubierto a un torero que llama la atención. Se anuncia como Álvaro Lorenzo, es castellano puro y ya milita en una Casa grande, la de los Lozano. Torero de mano muy baja, de quietud, de muñeca templada y con capacidad para someter a sus enemigos. Desde los lances de recibo hasta los adornos finales con la muleta. Hoy por culpa de la espada la tarde se le fue de vacío; en otro caso habría un éxito de los ruidosos. Pero salvo para los muy amantes de los “marcadores”, el dato es casi marginal, sobre todo si se compara con la hermosa y despierta sorpresa que aportó su concepto del toreo. En buenas manos está para cuajarse, porque interés tiene.
Por primera vez actuaba con caballos el valenciano Cristián Climent, todo juventud y desparpajo en el ruedo. Y no lo acusó en ningún momento. Como es natural, aún se mueve en un cierto terreno de la indefinición, pero trata de hacer las cosas con variedad y, sobre todo, echando la verdad por delante. Sabe administrar los tiempos y los terrenos, buscando ya sea con el capote ya con la muleta traerse bien embarcados a los novillos. Se le vio muy solvente con el de su debut y asimiló bien las dificultades que tenía el andarín y claudicante que hizo sexto, hasta lograr momentos particularmente lucidos.
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