Ha sido una de las películas más problemáticas de la historia reciente del cine español a causa de una dificultosa postproducción, con pleitos internos de por medio, al final “Manolete” llegó este jueves a los cines españoles con unas exiguas 50 copias en todo el país y después de seis años de espera
Protagonizada por Adrien Brody, en el papel del matador; Penélope Cruz, como Lupe Sino; Nacho Aldeguer, Juan Echanove, Santiago Segura, Josep Linuesa y Ann Mitchell, entre otros, se trata sobre todo de una película pretendida romántica y dramática, pero con un trasfondo taurino.
Rodada entre Alicante, Cádiz y Carmona con un presupuesto inusual en el cine español de 20 millones de euros, “Manolete” ya ha sido estrenada sin éxito en diversos países europeos
Su estreno en España ha sido, a tenor de las críticas, una rotundo fracaso, precisamente porque más que una narración biográfica es una parodia de algunos aspectos de la vida de “Manolete”. Lo más suave que se escribe del film es que se trata de “una mala película”. Esto es lo que dice la crítica cinematográfica de la prensa de Madrid sobre la película:
►El País
El drama parece ir de triste y melancólico, como su protagonista, pero solo es plúmbeo
J. O.
Pomposa y de estructura incomprensible más que compleja, Manolete parece ir de triste y melancólica, como su protagonista, pero solo es plúmbea. Nunca hay carne ni calor verdadero a pesar del drama, estamos ante personajes de cartón-piedra que se mueven como criaturas de Antonioni, hablan siempre en susurros (¿por qué todos los personajes se comunican como en secreto?) y son visualizados por Meyjes con la grandilocuencia hortera del John Woo de Misión: Imposible II, palomas a cámara lenta incluidas. Con una banda sonora que subraya su supuesta amargura, pocos toros, mucha pomposidad vacía, una rivalidad entre Manolete y Luis Miguel Dominguín que da risa y un doblaje desconcertante (a los susurros hay que añadir que ni Penélope ni Echanove ni, por supuesto, Brody se han doblado a sí mismos), la película acude a las partes más oscuras de la existencia del mito (su supuesta adicción a la cocaína y las relaciones bisexuales de su amante, Lupe Sino), pero, al representarlas sin desarrollo, quedan como simples concesiones al morbo. Concesiones que se rematan en la extenuante secuencia final, la de la muerte, cargada de inverosímiles premoniciones, y en la que se quiere crear suspense de un hecho que conoce todo el mundo.
►ABC
J. M. CUÉLLAR
Porque, ¿un holandés para construir la historia de un mito del toreo? Incluso se podría admitir un japonés, que son cineastas y conocen más nuestra cultura, pero ¿un holandés? Ya resulta absurdo que no la hiciera un director español pero con la multinacional que se montó para este proyecto lo raro es que la película se haya, incluso, terminado.
En realidad, casi no se hizo. Ha tenido multitud de problemas y viéndola se entiende. No tiene guión ni ritmo ni personajes. Todo es plomizo, insulso, sin vida. La historia trata, con repetidos «flashbacks», los últimos meses de Manolete y los centra en su historia de amor con Lupe, un romance turbio y tormentoso que fue más allá de lo que se refleja en la película (mucho alcohol, coca y engaños dicen algunos biógrafos que hubo en ese asunto). Todo queda confuso, enrevesado y, sobre todo, poco creíble, con escenas que sobrepasan con creces el ridículo («Pe» conduciendo su coche entre gemidos, media hora de agonía con lagunas de sangre innecesarias y la continua languidez mortecina de Brody, que debió pensar el hombre la mala suerte que tuvo en parecerse tanto a Manolete).
Así que desastre total del que solo se salva una impecable maquinaria técnica, con gran fotografía y recreación andaluza ciertamente aceptable. El resto es un puro olvido. Y que pase pronto, como los desamores, ese maquiavélico invento creado por el alma humana.
►La Razón
CARMEN L. LOBO
►El Mundo
Ahora sabemos por qué. Tras seis años de retraso, la historia del diestro de Córdoba llega a las pantallas españolas convertida en una película tan cursi y engolada como, finalmente, inexpresiva
Luís Martínez
Para situarnos, y por refrescar la memoria, estamos delante de uno de los proyectos más anunciados, publicitados y esperados de los tiempos recientes. De los últimos seis años para ser precisos. Fue en 2006 cuando se anunció el rodaje de la cinta biográfica del diestro de Córdoba. En el reparto, Adrien Brody -idéntico al diestro de Córdoba- y Penélope Cruz dispuestos a poner en pie uno de los romances de la década, de cualquiera de ellas. Pues bien, tras haberse estrenado (e incluso editado en DVD) en países como Francia, Reino Unido o Estados Unidos, por fin se podrá ver en la España que vio nacer al matador, a su amante Lupe Sino y, claro está, a la madre que lo parió; doña Angustias para más señas. La razón de tanto despropósito, según sea la versión del productor o del responsable de la dirección artística, varía. O, mejor, desvaría. Para el primero, el desacuerdo entre él y el director sobre el montaje final es la única causa de tanto penar. Para el segundo, denuncia mediante, los impagos del primero estarían detrás del, ya se puede decir, sainete. Ahora, lo único que queda por ver es la propia cinta.
Con estos antecedentes, ¿podríamos afirmar acaso que estamos delante de la peor película de todos los tiempos?, ¿se trata quizá del mayor desastre de la humanidad sólo equiparable a la restauración difusa del Cristo de Borja? Para desilusión de agoreros y pasmo de ilusos, la respuesta es no. En su mediocridad, la película ni siquiera consigue ser la catástrofe categóricamente absoluta que promete. El director, antes acreditado guionista de trabajos como El color púrpura, consigue mantener la cinta en una tibieza monocorde tan falta de rigor como ausente de sentido. Es decir, nada que no hayamos presenciado antes en el 70% de las películas estrenadas en lo que va de año. Y ahí, precisamente, descansa el error. El más grave de todos ellos. Ante la imposibilidad casi física, dado lo accidentada de su trayectoria, de ser una buena película, qué menos que intentar ser la peor de todas. Una buena metáfora así lo merece.
Cuenta el productor que la película que se verá hoy en España ha sido remontada y se diferencia «notablemente» de la versión estrenada fuera. Habrá que creerle. De momento, lo único exhibido, la versión digamos mundial, presenta pocas virtudes (ninguna incluso). Notables o no. La estrategia del realizador consiste el poetizar la relación profundamente grave y artificiosamente trágica del torero con todo lo que le rodeó: su gente, su amante, su apoderado, su vida y, finalmente, su muerte. Suena poético y, en realidad, es, nos pongamos como nos pongamos, pedestre. Por impreciso y torpe.
La historia se detiene así en el último día de gloria del hombre, del mito: el 29 de agosto de 1947. Es decir, hace exactamente 65 años. De ahí hacia atrás, una y otra vez al ritmo sincopado de aturullados flashbacks, Meyjes relata desde el primer al último encuentro de la pareja. Y lo hace, ya lo habíamos avisado, con la declarada intención de metaforizarlo todo. De repente, todo retumba. Y molesta. La cámara se ralentiza, gira, se detiene y marea. Se nota demasiado el empeño de convertir cada toma en algo más, más oscuro, más turbio, más impreciso… más cargante.
Quiere el director que la relación entre el hombre y la mujer sea a la vez imagen de la que une al torero con el toro, al español con su castigada España y, ya puestos, a la vida con la muerte. Así, a lo grande. Y aquí, en el capítulo de las intenciones, no queda otra que castigarle el gusto. Por pertinaz. El problema es que la película en ningún momento avanza más allá de la declaración de principios, del simple apunte, del ripio improvisado (mención especial a ese sueño en el que el torero echa a volar dos palomas blancas dos. Tan triste), de la invitación, otra vez, a la metáfora.
Las metáforas, para entendernos, son un vicio adquirido. Como cuando uno se aprieta los ojos y acaba viendo pequeñas moscas luminosas por todas partes, así son ellas: ubicuas y, en algunos casos, brillantes. Hay quien va más lejos y, como hicieron Lakoff y Johnson en su muy recomendable y metonímico libro Metáforas de la vida cotidiana, acaban convencidos de que el propio conocimiento o se estructura de forma metafórica o, sencillamente, no ha lugar. Pero eso es otra historia.
Lo que no cuadra nunca es el vicio omnicomprensivo de encerrar el universo en cada plano para, de golpe, intentar ser imagen y representación de lo que pasó, de lo que pasa y de lo que pasará. «Metaforizar» lo llaman. En todo momento, la película deja que sea el espectador el que añada lo que el director es incapaz de siquiera citar. Sólo balbucea. Más da la impresión que, deslumbrado por las propiedades telúricas de esa fiesta ancestral llamada, precisamente, Fiesta, el cineasta simplemente se deja llevar. Y ahí se queda, prendado del irresistible encanto de la cornada. En definitiva, la metáfora, si va sola y sin reflexión es simple torpeza, simple comentario deportivo. ¿Cuántas veces no han oído eso de que el fútbol, como los toros, es como la vida? Pues no es así. ¡Cuánto daño no habrán hecho algunas metáforas (y el fútbol) a la literatura!
Al final, descartado todo lo demás, quedaba la esperanza para la última y la única de las metáforas posibles: la del desastre. Una película de la que se ha hablado tanto y con tanta inquina merecía ser, cuanto menos, la peor de todas. Y eso gusta. Pocas formas tan acreditadas de disfrutar como la de los placeres culpables. Pues no, la película antes que mala es mediocre, intrascedente, pueril. Y eso, no hay remontaje, por drástico que se quiera, que lo salve. No es tanto una película como un dolor, una simple cornada.
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