Alcurrucén descompone la tarde

por | 25 Sep 2010 | Temporada 2010

Sevilla, 2ª de la Feria de San Miguel. Tres cuartos de entrada, en tarde con nubes y rachas de viento. Toros de Alcurrucén, mal presentados y mansos. El Cid (malva y oro), ovación, ovación y silencio. Daniel Luque (rioja y oro), silencio, silencio y palmas.
 
Antes de que los alguacilillos rompieran plaza, algunos reticentes se quejaban de estos mano a mano que se celebran simplemente por la ausencia forzada de un tercer espada, pero sin más aliciente. Pero, siempre en teoría, andaban por caminos equivocados. Traer esta tarde al ruedo maestrante a El Cid y a Duque era dar paso a una reivindicación que ambos se merecían, después de todas las dudas que dejaron a su paso por la feria de abril. Y se vio enseguida que los dos venían arreando. Luego, pues lo del dicho: el toro acabó descomponiendo las buenas intenciones.
 
Se equivocaron de medio a medio los hermanos Lozano con la corrida de Alcurrucén que seleccionaron para la ocasión. Por más milongas que algunos repitan homologando al “toro de Sevilla” con el toro escaso de trapío, ni ese razonamiento es cierto, ni la afición lo quiere. Otra cosa es que el público de la Maestranza esté educado de generación en generación en saber mantener las formas y protestar con respeto, pero con firmeza. Eso no es tener manga ancha; eso es expresarse con su propio estilo. Por eso, precisamente, los toreros temen más a los silencios sevillanos que a las broncas. En esta tarde sólo ya en el que cerraba plaza sonaron algunos pitos a la salida del sexto. Pero sus hermanos no merecieron mejor trato.
 
Extraña mucho la apuesta de los Lozanos con su elección, en una temporada en la que han lidiado grandes corridas de toros. Pero igualar seis animales en su mala presentación, en su mansedumbre y en su poca casta, resulta imposible de entender. Si ahora, ante la decepción de la tarde, los toreros aducen a su favor las malas condiciones del ganado, no están acudiendo a un socorrida excusa; están diciendo pura y simplemente la verdad.
 
Frente al fiasco de los de Alcurrucén, El Cid merece que se le reconozca el esfuerzo de firmeza y decisión. Tuvo momentos verdaderamente emotivos, como dos series con la derecha –las dos únicas que tenía su enemigo— a su primero,  en la que toreó con largura y temple, aguantando dos oleadas: la del viento y la del toro. Pudo estar mejor con su segundo, que sin ser un modelo de bravuras, si metía la cara, como se comprobó cuando lo encelaba en la muleta. Pero, en fin, durante la tarde tuvo más momentos elogiables, pero sin poder rematar ninguna de sus faenas ante lo rajado de los toros y al sentido que iban desarrollando. Pero no por eso hay que echar en el olvido esta declaración de voluntad, bien distinta del torero que vimos por abril.
 
Si no es por hacerle “guardia” con la espada  a su primero, algunos estaban hasta dispuestos a darle una oreja a Daniel Luque, por una faena sobre todo vibrante y expuesta, en la que todo lo hizo el torero. Trató de repetir este papel con su segundo oponente, pero sin opciones de ir a mayores. Y trató de remontar la tarde en el sexto, con una faena de planteamiento un tanto similar a la primera, pero entre el malestar creado por lo anovillado del de Alcurrucén y el peso de la tarde, al final todo quedó en una fuerte ovación.
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Taurología

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