Sí, admirado y admirable Mariano da Cavia, a pesar de las seguridades que nos da Prat de la Riba de que los catalanes no tenemos nada de común con los extranjeros de allende, el Ebro, por lo que debemos formar rancho aparte, lo cierto es que en Cataluña las corridas de toros gustan tanto ó más que en Madrid. La ciudad de Vich, célebre por sus salchichones, por sus canarios y por su Obispo, Torras y Bages —el anticristo de la unidad española—-, es la Córdoba del Principado catalán. Barcelona sigue á Vich en su entusiasmo por los toros. Hay que reírse un poco de la actitud, de «La Veu» haciendo el vacío a las corridas. Pura comedia. La Liga Regionalista es torera hasta las cachas. Cambó, Rahola y Bertrán y Musitu son furiosamente gallistas. D. Raimundo de Abadal, tal vez la inteligencia española más cultivada en cosas de toros y toreros, está por la seriedad clásica del Gordito y Frascuelo. Los barceloneses andamos divididos entre gallistas y belmontistas, y tenemos Centros taurófilos, en los que so afirma a puñetazos la personalidad, torera de los Gallos ó de Juan Belmonte. Tenemos también una novísima Escuela de Tauromaquia; varios semanarios consagrado a cantar las gestas de los toreros y tres grandes circos taurinos.
El pasado domingo, en Barcelona, asistieron 30.000 espectadores a las Plazas Sport y Arenas. Una y otra agotaron el papel, quedando unas 10.000 personas sin poder entrar en los cosos. ¡Ahí́ es nada 40.000 aficionados á los toros en un momento dado! ¡Lo que hubiéramos echado las campanas a vuelo si a la manifestación de la Mancomunidad, verificada en Noviembre ultimo, llegan a concurrir 40.000 personas! Menos do 20.000 asistieron, y, sin embargo, se dijo que en ella estuvo representada el alma entera da Cataluña. Pues si menos de 20.000 personas representaron el alma de Cataluña en la manifestación mancomunista, díganos el Sr. Prat de la Riba de qué alma fueron representativas las 30.000 personas que asistieron a los toros el pasado domingo, y las 10.000 que se quedaron en la calle por haberse agotado el papel en las taquillas.
Negar la afición de los catalanes a las corridas de toros sería negar la evidencia. Se ha echado en cara a Madrid el haber ido a los toros mientras la escuadra del comodoro Dewey hacía polvo a los barquitos españoles en la bahía de Manila. Pues en Barcelona hubiera ocurrido lo mismo que en Madrid; de lidiarse aquel día reses bravas en su Plaza do Toros. Siempre que Madrid se preocupa de la cogida de un torero de primera magnitud, los periódicos catalanistas tienen palabras ofensivas para la capital de España, sin reparar, ó sin querer reparar, que aquí́ ocurre lo mismo. Esto una vez más se ha podido comprobar ahora, con motivo del percance que sufriera Joselito. Los periódicos lo anunciaron en las pizarras; por la noche, en teatros, paseos y café, sólo se hablaba de Gallito; bajo el Hotel de Oriente, en una de cuyas habitaciones se retorcía de dolor el gran torero, se apiñó un numerosísimo gentío, que deseaba saber noticias del enfermo, y eran las cinco de la madrugada cuando aún había curiosos al pie del balcón de Joselito. Al día siguiente, lunes, la misma preocupación, los mismos grupos en la acera del Hotel de Oriente, la misma ansiedad ocasionada por la herida de Joselito, y mucho comprar y leer periódicos en busca de noticias del pobre muchacho.
Así hemos pasado tres días.
Si esto no es afición a las corridas de toros, y no es sentir admiración por los toreros, declaro desconocer el valor de las palabras “afición” y “admiración”.
Si se me demuestra que las desconozco, estoy dispuesto a reconocer que Prat de la Riba tiene razón al afirmar que loa catalanes nada tememos de común con los extranjeros de allende el Ebro.
©“El Liberal”, 9 de julio de 1914
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