En el arte del toreo, como en otras muchas actividades humanas, no se conoce base más eficaz para alcanzar su promoción que el “boca a boca" | ||||
Al llegar a la Presidencia del Club Cocherito de Bilbao, Antonio Fernández Casado dijo directamente: “Estamos dispuestos a potenciar la búsqueda de nuevos asistentes a Vista Alegre”; para lo cual propuso entablar conversaciones con los responsables de la Junta Administrativa, bajo la filosofía de que en la actualidad colaborar a que los tendidos se llenen también debe ser responsabilidad de los aficionados. No es ya que el negocio taurino lo requiera; muy por delante de las cuentas, de ese empeño dependen los intereses de la Fiesta misma y de su continuidad.
Ahora, en el acto de entrega de la distinción que anualmente concede el veterano club bilbaíno –que merecidamente le ha sido concedido a todo el equipo de “Tendido 0”, de TVE—, Fernández Casado ha propuesto otra idea sugerente: el aficionado no debiera permanecer pasivo, sino que hoy tiene que convertirse en un verdadero “activista taurina” a favor de la causa común de la Fiesta. Desde luego, para defenderla frente a los ataques que sufre, pero también, y de modo especial, para atraer a nuevas gentes a nuestra causa común.
En el fondo, lo que ha venido a recordarnos y a poner de actualidad es un viejo lema muy utilizado en todo tipo de promociones, sean comerciales o de cualquier otra naturaleza: que cada cliente traiga otro, o dicho entre nuestro lenguaje: que cada aficionado se comprometa a descubrir y animar a otro amigo susceptible de acabar siendo aficionado.
En definitiva, propuestas como éstas, o como las que están promoviendo en estos días las entidades taurinas de Castellón, a lo que se dirigen es a volver taurinizar a nuestra sociedad, como lo estuvo en los años grandes de su historia. Alcanzar ese objetivo, que hoy es de crucial importancia, no se consigue solo, ni especialmente, con campañas de promoción, de las que además de forma reiterada en el Sector se habla mucho y se hace poco. En el arte del toreo, como en otras muchísimas actividades humanas, no se conoce base más eficaz para alcanzar ese objetivo que el “boca a boca”.
No resulta necesario recordar una vez más cómo a lo largo de las décadas pasadas el principal vivero de nuevos aficionados se basaba en la transmisión de padres a hijos. Hoy, por las propias circunstancias de nuestra sociedad y hasta de la familia, eso resulta más difícil, o más complicado, según se quiera ver. En cambio, sí tenemos a mano caminar por la otra senda que se nos propone: se comienza acercando a un amigo a un festejo y se le acaba convirtiendo en aficionado. Si cada uno de los que militan en nuestras filas hacen algo de este tipo, estaríamos ante una verdadera y silenciosa revolución copernicana en la situación de la Fiesta.
Además de quejarnos, algo debiéramos hacer lo que amamos el arte del toreo | ||||
A simple vista puede parecer un planteamiento simple, e incluso utópico. Y es posible que para algunos no pase de ser una simpleza. Para mí que se equivocan, porque su inacción a lo mejor responde a la simple comodidad de no moverse del sillón. Por el contrario, es algo concreto, que todos tenemos a nuestro alcance, que es posible al menos de intentarlo. Desde luego se trata de un modo de trabajar por la Fiesta muchísimo más eficaz que ese otro de ir llorándonos en el hombro los unos a los otros, contándonos lo mal que está todo el toreo, como si en realidad la misión de quien se siente aficionado fuera escribir un inacabable libro de quejas y de reclamaciones.
Que el planteamiento no es una simpleza, ni una utopía, lo comprobamos además en todas esas otras nuevas realidades de la vida actual. Sin ir más lejos, frente a la unidad de criterio y de acción de quienes se autodefinen como detractores de la Fiesta –que en su derecho están de pensar como les de la gana–, el Sector taurino no mantiene una estrategia definida, clara y constante para estar presentes en la sociedad en la medida que resulta necesario; por ejemplo, en las redes sociales, para a través de ellas dar a conocer los valores culturales, artísticos y humanos del toreo, que los tiene y en abundancia.
En ese empeño no se trata ni de insultar –al revés, en la práctica nosotros somos los injustamente insultados–, ni de polemizar con quien piensa distinto. En realidad, se debiera tratar de poner de relieve los valores que definen a la Tauromaquia y hacerlo al unísono, sumándonos a cualquier iniciativa de las que van surgiendo por todos los lugares de la geografía taurina.
Pensemos en un caso sencillísimo: el impacto y la trascendencia que hoy tiene, por ejemplo, en las redes sociales darle a la tecla del “Me gusta” cuando leemos un tema taurino positivo, o de retwittear en un asunto que vemos de interés. Sólo con tan simple ejercicio multiplica de forma exponencial la difusión de esas ideas. Y lo hace sin límites de fronteras.
Antes que otra cosa, los profesionales tienen que demostrar en la práctica que son aficionados | ||||
Pero no conviene confundirse: aquí se ha comenzado hablando de los aficionados como espectadores habituales y conocedores de la Fiesta, por el pie forzado del ejemplo con el que se inician estas líneas. Sin embargo, no por pura analogía sino en su sentido más propio aficionado debe considerarse en su pleno sentido –si es que no hemos perdido todos el oremus— a todos los profesionales, cualquiera sea el gremio al que pertenezcan.
En el fondo, si el toreo se rigiera por el sentido común, pensemos que incluso antes que profesionales lo que en primer término toreros, empresarios y ganaderos son, o debieran ser, es aficionados. Cuando están involucrados en una actividad económico-taurina y cuando sólo son espectadores de lo que hacen los demás colegas y competidores.
Por eso, todos tendrían que ser tan protagonistas de una hoja de ruta como la aquí se esboza, o en cualquier otra que se vertebrara con parecidos fines. Y es que, en efecto, todos tienen algún papel específico que cumplir, además del suyo propio, a la hora de aportar nuevos adeptos a la Fiesta.
Y así, por ejemplo, si los aficionados de a pie se involucran en promover nuevos espectadores, ¿sería una barbaridad pedirle a los empresarios que pongan en marcha un mecanismo para que quien es abonado en Sevilla tenga algunas ventajas e incentivos cuando quiere ir a otras ferias?. Hoy la Sociedad de la información y del consumo online lo puede todo. Alguno a lo mejor dice que actuar así supondría “engordar” las cuentas del competidor. Engañado va: así lo que se hace es fidelizar a los que pasan por la taquilla, que luego lo harán como dice el refrán: “hoy por ti, mañana por mí”; es decir, ampliarán para todos la base estable de clientes.
En esta misma línea de “fidelizar al cliente”, ¿constituye un imposible que los criadores den más facilidades para que el aficionado y el que aspira a serlo pueda acercarse al toro bravo en su hábitat natural de la dehesa? Hoy en día hay ocasiones –casos concretos, no teorías– que hasta sonrojan cuando te las cuentan.
Es comprensible, y puede que además sea bueno, que cada vez más los ganaderos entiendan que de eso de las visitas a las dehesas constituye, o puede constituir, un ingreso extra para unas arcas bastante vacías. Dicho en términos coloquiales, la formula ya vigente en muchos sitios –cada vez en más– de “visita+tentadero+aperitivo, a 50 euros el pelotazo” tiene su razón económica. ¿Resultaría totalmente ruinoso que tuvieran una mayor apertura de miras para que, por ejemplo, las peñas taurinas tuvieran más facilidades para llevar a sus gentes al campo?
Si es verdad, que lo es, que acercarse al toro de lidia es como empezar a ser aficionado, el sacrificio de unos ingresos bien compensaría un cambio de criterio. Aparte que nos se trata de renunciar a tales ingresos: una cosa es lo que hagan para turistas –que bien hecho está– y otra bien distinta cuando se trata de verdaderos aficionados y de sus amigos.
Pero otro tanto podría decir de los toreros. Vayamos a otro ejemplo. Para esas peñas que, afortunadamente, se distribuyen por toda la geografía taurina, celebrar su gala anual para entregar un premio, o su ciclo de conferencias, por ejemplo, les dan vida, constituyen el acontecimiento social del año para su pueblo. Salvo honrosas excepciones –tal que Perera, por ejemplo– la figura es renuente a tomarse la molestia a participar en esos actos. Si fueran tan aficionados como dicen, no dejarían de ir: cada vez que renuncian a una invitación, dejan decepcionados a un centenar de partidarios de la Fiesta. Y de la decepción al abandono tan sólo hay un paso.
Aquí tan sólo se ejemplifican en unos pocos casos, pero hay mil formas con las que los profesionales-aficionados puedan también contribuir, y mucho, a que este “boca a boca” se vaya expandiendo como una macha de aceite.
"Otros" –que nunca se concreta quienes son– no van a resolver la situación: depende nosotros mismos | ||||
En suma, lo protagonice quien lo protagonices, nuestra modesta opinión es que hoy se necesita que nadie sea indiferentes ante las actuaciones, grandes o pequeñas, que sobre la Tauromaquia se llevan a cabo por otros. O lo que es lo mismo: se trata de no mirar con dejadez hacia otro lado cuando tenemos una ocasión, la que sea, de poner en valor a la Fiesta, lo haga quien lo haga, porque es algo que apoyala la presencia publica de la Fiesta en nuestra sociedad.
Si se quiere en lenguaje más cursi, se trata, en suma, de promover un verdadero espíritu y una actitud corporativa entre los que ya estamos convencidos de que trabajar por la Tauromaquia vale la pena. Un empeño, en fin, que tiene unas miras mucho más altas que esa otra tan hispana que decía el viejo himno: “No se bien a qué me opongo, pero yo me opongo igual.”
Todo lo cual no puede interpretarse en modo alguno como un intento de todos nos dediquemos a conjugar el “aplausos, amén y silencio”, al grito tan clásico de que aquí “to er mundo es güeno”. Las personas, cuando lo son en su pleno sentido, no pueden renunciar a su libre opinión, sea crítica o sea favorable; todos deben tener la suya propia, porque no es sólo su derecho, sino que además es bueno para la Fiesta. De lo que se trata es de algo completamente diferente: se trata de no renunciar a esa otra obligación que, en mayor o menor grado, tenemos todos contraídas con la Fiesta y su futuro.
En suma, se trata de ponernos a trabajar en el plano de lo concreto y lo tangible, en lugar de fiarlo todo a las simples conversaciones de café y a esperar que otros –término que siempre se maneja en su sentido más genérico e inconcreto– hagan aquello que algunos pontifican, pero que nunca hacen. Ya nos lo dejó
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