No hay más que escuchar lo que se habla en no pocos corrillos taurinos, para darse cuenta que reina un sentimiento de cierta desconfianza hacia lo que a la Fiesta le pueda esperar cuando entra en las vías institucionales.
Pasados los primeros fervores por el traspaso al área de Cultura de la Administración del Estado, hubo ya disparidad de criterios por la forma en la que han discurrido los trámites parlamentarios de la ILP por la que la Fiesta pasará a ser declarada Bien de Interés Cultural. No están faltando tampoco desacuerdos por la forma con la que se está reconstituyendo la Comisión Consultiva Nacional de Asuntos Taurinos. Como no puede menos que causar un profundo desconcierto las posiciones de algunos partidos que defienden a la vez una cosa y su contraria en materia taurina.
Rayaría en la necedad negar que estos desencuentros nacen con más que un cierto fundamento. Que no todo se ha hecho bien, resulta de pura evidencia para quien siga la actualidad. Sin embargo, asumiendo estas realidades, que son las que son, podríamos volver a equivocarnos si de tales circunstancias lo que se dedujera fuera directamente la desconfianza por las vías institucionales como cauce para afrontar los problemas que hoy tiene la Fiesta.
Sería un error, en una primera lectura, porque estaríamos exigiendo a terceros, en este caso a los políticos, lo que más falta en el seno del propio taurinismo, marcado como está por una profunda desunión y una escasa solidaridad interna, que tan sólo aflora, y lo hace con suma generosidad en esos casos, frente a las tragedias personales. En los asuntos profesionales, en cambio, todo empeño común nace con vocación de no prosperar.
Pero sobre todo resultaría equivocado porque las vías institucionales, aunque no sean todo lo eficaces que nos gustaría, resultan indispensables para avanzar. Sus tiempos, desde luego, no son los tiempos taurinos, y menos en situaciones de emergencia como las que hoy vive la Fiesta. Pero esa no es una circunstancia privativa de lo taurino, afecta a toda la sociedad.
Mucho más grave que estas largas esperan resultan, en nuestra opinión, esa especie de complejo que aqueja a no pocos políticos, en virtud del cual prefieren mirar hacia otro lado cuando se habla de toros, no vaya a ser que un determinado grupo social les reste un puñado de votos o, simplemente, les organice una protesta. Esta pusilanimidad es lo verdaderamente grave.
Pero como bien se dice en el ámbito político, el poder al final radica en el Boletín Oficial del Estado: lo que allí no se plasma, no deja de ser una simple promesa. Y los males de Fiesta necesitan del BOE y, lógicamente, de quienes mandan en él. Sin embargo, a nadie se le escapa que el BOE se nutre de aquello que las mayorías deciden en las vías institucionales.
Por eso, sería un grave error darle la espalda a lo que hoy se cocina en las instituciones públicas, llámese ILP, llámese Ley de la Tauromaquia, o llámese como corresponda. Por el contrario, habrá que perseverar con toda la insistencia que sea necesaria hasta alcanzar que prosperen aquellas reivindicaciones justas que hace el mundo de los toros. Históricamente casi nunca nos han escuchado con la debida atención; pero ahora, al menos, encima de la mesa hay tres o cuatro iniciativas concretas que pueden salir adelante. Perder la ocasión sería poco responsable. Y más si lo es a causa de las desavenencias entre quienes dicen amar la Fiesta.
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