A nadie conviene que los ganaderos de bravo sigan siendo el «patito feo» de esta historia

por | 3 Oct 2014 | La opinión

Decíamos ayer…” que, cuando la temporada entra en su recta final, vienen apareciendo algunos síntomas, sólo síntomas, que llevan a intuir que, así que llegue 2015 con la nueva temporada bajo el brazo, algo  puede cambiar y para mejor.  Ya se verá en qué medida y en qué dimensión, que aún es pronto para saberlo. Pero también dejábamos aplazada la cuestión importante de la coyuntura ganadera, que los criadores bien parecen llamados a eternizarse injustamente como el “patito feo” de esta película.

Quienes tengan unos pocos años más, o cuenten con la sana costumbre de leer prensa de hace cincuenta años, recordarán sin duda la difícil situación que los criadores atravesaron en los años 60 y los 70. Aquello del “perritoro”, término que acuñó el desaparecido Alfonso Navalón, fue más que una expresión ocurrente; fue una cuestión muy de fondo que cuajó entre los aficionados.

Sin duda, se trató de una situación dura, con una crítica muy severa, pero que buscaba una vuelta a la integridad del toro bravo. Aun descontando que hubiera sus excesos en algunas ocasiones, la realidad es que tras aquella campaña se implantó el cuatreño y se subió notablemente el nivel de exigencia en cuanto al trapío. En Madrid y fuera de Madrid. En términos sancionatorios todo aquello, en cambio, resultó escasamente relevante, porque las deficiencias de las normas que debían utilizar los Tribunales dejaban tal portillo abierto que resultaba imposible llegar a una resolución condenatoria, si es que ese era el caso.

Pese a todo los aficionados se sintieron satisfechos con los resultados obtenidos. Es lo cierto que se subió un escalón, del que ya no se ha bajado. Ahora, la cuestión del trapío y la edad no resultan ya tan relevantes, en buena medida porque es batalla ganada; el problema nace del descastamiento general, del toro al que se le ha domesticado hasta tal punto su raza y su bravura que ha pasado a ser verdaderamente ese “toro predecible”, que en el fondo se define por su escasa acometividad y su mínima aportación a la épica del toreo. Y en esas andamos.

Si se trata de mirar  hacia el panorama actual con un mínimo de objetividad, debiera concluirse que, aún siendo cierto que vivimos bajo el reinado del “toro predecible”, no todas las responsabilidades hay que colgarlas a  las espaldas de los criadores de bravo. Una parte tendrán, desde luego, porque al fin y al cabo ellos son los dirigen la alquimia genética del ganado de lidia. Pero una parte no es el todo.

Cuando se vivía en la anterior controversia ganadera, ese subir el escalón del “más toro” se hizo con un plantel muy importante de figuras, que además tenían verdadero poder de convocatoria, que es lo que mide el poder del torero. Naturalmente que aquellas figuras, cuando estaba a su alcance, preferían un determinado tipo de toro. Lo que no hacían era encasillarse de manera permanente y exclusiva en “su toro”. No hay que remontarse a los años 20, en época modernas encontramos muchos casos. Un ejemplo: un crío era El Niño de la Capea y tres meses después de haber tomado la alternativa mató la corrida de Pablo Romero y en  la feria de Bilbao, con Paquirri y Dámaso González por cierto. Hoy eso resultaría hasta impensable.

Ahora basta repasar los carteles de la temporada 2014 para comprobar como los cuatro o cinco toreros con capacidad de influir, han acaparado las camadas enteras de un solo encaste, ese que deriva de lo originario de la Casa Domecq, que con buen tino Juan Medina llamó el “monoencaste”. Y lo peor es que cuando se salen de este carril monotemático, pretenden que se interprete como un gesto.

Como es de todo lógica, si eso es lo que tiene salida en el mercado, en unos años donde en el campo hay muchas más cabezas de las que se pueden lidiar, demasiados criadores miran hacia tal tipo de toro, para abandonar su línea propia y originaria. De hecho, en alguna ocasión hemos escrito que el verdadero problema, la responsabilidad también, de los que han dado pie a ese "monoencaste domecq" radica en que los depositarios del “encaste verdadero” han mercantilizado la procedencia que heredaron de sus mayores  hasta extremos increíbles, a lo que ha seguido un mal manejo genético por parte de quienes adquirieron semejante simiente para sus camadas.

No puede sostenerse que el encaste de este origen sea un mal en sí mismo; en las ganaderías que encabezan con legitimidad esta apuesta, encontramos toros bravísimos y encastados. El problema surge del abuso que luego se ha hecho, hasta llegar a su degradación, que eso  y no otra cosa es el toro sin raza ni casta, que va y viene por el ruedo como usted y yo paseamos pacíficamente por el Parque del Retiro, sin molestar a nadie. Sin embargo,  cuando el toro que se lidia no ofrece esa pelea, esas características identitarias  que se esperan de la bravura, nos adentramos en una cuesta abajo irremediable.

Por ello, podríamos decir, y decimos, que la plaga del “toro predecible” se extiende porque las figuras la imponen. Tanto como para que una misma ganadería tenga que anunciarse hasta dos veces en un mismo abono. Y por el contrario, cuando el ganadero de turno se atreve a subir los niveles de casta, de forma automática baja el relumbrón de los carteles en que se anuncian. Que se lo pregunten a Ricardo Gallardo, sin ir más lejos.

Pero también debe anotar la cuota de responsabilidad de los criadores se pliegan a esa moda. Se suele decir que lo hacen, entre otros motivos, porque carecen de fuerza alguna para modificar esa trayectoria de lo predecible, sobre todo cuando andan acuciados por lo caro que se ha puesto un camión de pienso. Será un motivo comprensible, pero no por ello debiera servir de justificación.

No puede extrañar en consecuencia que los criadores tengan que asumir el incómodo papel de ser el “patito feo” de este planeta. Siendo como son, como debieran ser, uno de los pilares de la Fiesta, no deja de llamar la atención que, por ejemplo, a efectos económicos ya no constituyan una de las partidas fundamentales del negocio taurino.

A José Luis Lozano, que además de un verdadero romántico es un excelente conocedor de la crianza de bravo, le hemos oído repetidas veces rememorar aquellos tiempos de hace ya un siglo, cuando el ganadero era protagonista principal de esta historia, porque con su trabajo se habían ganado el respeto y la admiración de los aficionados, que era lo que de verdad valía. 

Los encastes que supieron crear y consolidar, siguen presentes en nuestros días, pero con una salvedad grave, como denunció Lozano: “al toro se le ha ido quitando casta para sustituirla por la docilidad, un concepto que no es un sinónimo de nobleza, sino de mansedumbre, que es algo muy diferente”.

Cuando se habla con los criadores, puede decirse que con la inmensa mayoría, comparten el principio de que la recuperación del interés por la Fiesta pasa por la recuperación del toro bravo. Incluso no tienen inconveniente en compartir que el panorama pintará muy negro si el toro no vuelve a su verdadero ser. Sin embargo, luego su margen de actuación cada vez lo estrechan más entre las exigencias de unos y la realidad de las cuentas.

Hay quienes creen, y probablemente no lo hacen a la ligera, que todo esto se irá arreglando dejando actuar a las leyes del mercado, que serán las que de por sí redimensionaran un sector hoy sobresaturado. Como principio general puede resultar hasta impecable. Nuestras dudas radican en si a esas leyes del mercado libre no habría que incorporarle algunos factores correctores.

De hecho, en las circunstancias de hoy fiarlo todo a la implacable ley de la oferta y la demanda a donde está conduciendo, a la vista está, es a la desaparición de encastes históricos, que en su día fueron hasta mayoritarios y que hacían que cada tarde se viera un tipo de toro. Lo normal hace unas décadas es que en una feria de ocho tardes, se pudieran ver ocho encastes distintos: los de murube, santacoloma, albaserrada, domecq, atanasio, etc.  Era la normalidad taurina.

No deja de ser significativo que cuando se anunció el abono de San Isidro de 2014 la empresa destacara que de las 28 corridas de toros, “solo” 13 eran de procedencia “domecq”; es decir, la mitad menos 1. Y es que  hoy, cuando todo se deja al albur del mercado, lo que ocurre es que, al final, todo se vuelve monoencaste, y no precisamente siempre en su mejor versión, sino que abundan los sucedáneos.

Cuando estos usos se generalizan, la consecuencia natural es que nos encontramos a un tris de que eso de los “encastes minoritarios” no sea más que un concepto que linda con el eufemismo; lo que habrá serán “encastes desaparecidos”.

No se trata, desde luego, de sustituir las leyes del mercado por el intervencionismo, que la medicina acabaría siendo peor que la propia enfermedad. Pero hay fórmulas menos radicales y posibles. Por ejemplo, frente al desmadre que se ha ido produciendo  en los últimos años con  las adjudicaciones de las plazas, ahora todos tratan de reconducirlo normativamente a términos de racionalidad, y no lo dejan tan sólo al puro y duro criterio de “la oferta y la demanda”.

Algo parecido debería hacerse por parte de los profesionales, en todas sus categorías,  con la cabaña de bravo.  Desde luego, los criadores tienen que asumir su responsabilidad de mantener la integridad del toro bravo, que es mucho más que no permitir que se “arreglen” sus corridas, sino que sobre todo busca, o debe buscar, mantener todos los elementos propios de la bravura.

Pero no es menor la responsabilidad que debe adjudicarse a los toreros, a las figuras por ser más exacto, que frente a la comodidad del “toro predecible” a diario, tienen que abrir el abanico, tienen que dar un paso al frente y asumir la “incomodidad” de apostar por la recuperación del toro en toda su dimensión, porque también los que se visten de luces debieran afrontar en esta etapa sus compromisos por la autenticidad de la Fiesta. Y a eso no puede llamársele un gesto, que siempre es algo extraordinario; eso debería ser la pura y simple normalidad. 

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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