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Ernest Hemingway con Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordoñez, en aquel verano sangriento de 1959. Al fondo,
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Este verano de 2015 viene siendo muy duro. Solo nos ha faltado Ernest Hemingway para contarlo con su prosa precisa. Tal como discurre el año taurino, probablemente no le habrían sido suficientes las 70.000 palabras –que se dejaron 30.000 para la versión resumida– que escribió en el famoso semanario Life, para contar aquel verano de 1959, con Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordoñez en plena competencia en los ruedos, en su personal búsqueda del cetro del toreo.
Si aquel verano del 59 ingresó en la épica taurina universal gracias a las crónicas del escritor norteamericano, la hombría y la verdad de los toreros de este 2015 bien hubiera merecido una pluma similar para que lo contara y lo cantara. No habría tenido menor grado de epopeya –que así han denominado muchos autores a aquel libro– que la que se vivió 56 años antes.
Para que no le faltara de nada, hasta habría podido contar y vivir el cornalón en Huesca de Francisco Rivera Ordóñez “Paquirri”, como antes había hecho sobre el bisabuelo del torero y su gran amigo “El Niño de la Palma” –que le descubrió los misterios del toreo–, en una relación que luego revivió intensamente con su hijo Antonio.
El verano de “papá Ernesto”, como le llamaba cariñosamente el torero de Ronda, tuvo su punto culminante en Bilbao por su feria de agosto, y ante una corrida de Palha, que mataron Luis Miguel, Antonio Ordóñez y Jaime Ostos. Dominguín tuvo una cornada fuerte; Antonio se mostró arrollador. Quizá llevado de su pasión por la familia rondeña, Hemingway escribió sobre esta tarde: “Para los que estuvieron en Bilbao ya no había una verdadera rivalidad. Sólo podía revivírsela técnicamente. Podía revivírsela en el papel, o para hacer dinero, o para explotar al público suramericano”.
Pero los años pasan y las circunstancias cambian. En este verano sangriento que ahora nos ha tocado vivir casi nadie a competido con nadie, tan sólo consigo mismo, porque las circunstancias todas de la Fiesta así lo han impuesto. Hasta por los pueblos los toreros tienen que salir a revientacalderas, porque las oportunidades son pocas y complicadas, tanto que ninguna puede perderse.
Es evidente que la palma en esta dura realidad se la lleva hoy el valeroso Jiménez Fortes, con esa cornada tan tremenda en Vitigudino que tiene en vilo a todo el toreo, un lesión muy grave que, además, llegó cuando aun estaba en la memoria la cornada no menos tremenda de Las Ventas. Pero no menos importancia tuvo el cornalón oscense de “Paquirri”, del que todavía tiene por delante un tiempo no pequeño de recuperación.
Con menos ruido, un muslo tiene abierto de parte a parte el navarro Francisco Marco, que se lo traspasó un toro en Tafalla. Y sin ir más lejos, el pasado martes, un toro le ha destrozado un muslo al banderillero José María Amores en Málaga. De atrás vienen la lesión de traumatología que se produjo en Istres y de la que todavía no se ha recuperado Antonio Ferreras, las cornadas en Madrid de los aquel día debutantes Joaquín Galdós y Martín Escudero, la cornada de Joselito Adame en Burgos…
La relación se haría muy extensa. Pero no se pueden olvidar a todos esos toreros cuyas cornadas, al final, tan sólo merecieron unas pocas líneas perdidas en un despacho de agencias. Si hoy siguiera activo el viejo y entrañable Sanatorio de Toreros, a buen seguro habría tenido que colgar el cartel de “Completo”.
Y es que aunque Hemingway no esté hoy entre nosotros para narrarlo, la realidad del toreo es la que es: cuanto ocurre en un ruedo no es precisamente una representación teatral; allí todo es real y verdadero. Antiguamente, con aquel añorado Sanatorio, se le tomaba muy bien el pulso a esta verdad de la Fiesta, cuando sus habitaciones estaban al completo y cada percance se seguía informativamente día a día. Pero hoy da la impresión que, salvo casos muy excepcionales, todo esto queda a un lado, que no se pone en todo el valor que realmente tiene, ni siquiera los propios profesionales lo hacen en mucha ocasiones.
Sin embargo, aunque se hayan roto tantas ligaduras con la épica de los ruedos, la verdad del toreo radica, hoy como ayer, en que el riesgo que viven los toreros es real, está ahí agazapado a la vera del camino, de cualquier camino, sin preguntar si conduce a una plaza muy importante o hacia una portátil. Por eso de siempre el torero ha vivido encaramado en la mitología de los héroes. Es la grandeza y la verdad del toreo, el riesgo cierto que se asume con el único propósito de crear un arte efímero pero que es único.
Resulta tan natural como necesario que, llevados de una preocupación verdadera, todos andemos ahora un tanto de cabeza con esa marea antitaurina que nos rodea de manera creciente, en la que estamos anclados un tanto a la intemperie, sin más protección que la que unos podamos darnos a los otros. Pero antes que todo eso, con toda la legitimidad que encierra, habría que volver a empeñarse en poner de manifiesto todos los valores que definen al torero.
Incluso cuando todo esto discurra en el seno de la polémica, que responde a la verdad, acerca de la integridad del toro de lidia. Pero es que también el toro que no es íntegro reparte las cornadas. No puede darse por buena ninguna adulteración de la Fiesta. Eso es irrenunciable. Pero no deja de ser compartible con mantener el respeto debido a una profesión en la que hasta un simple vaquilla puede causar una tragedia.
El toreo, siempre y en todas las circunstancias, no es juego, es la verdadera conjunción de un arte nacido sobre la base un riesgo cierto. Ahí radica su grandeza y su pervivencia en la historia. También en épocas como las actuales, en la que hasta los propios toreros muchas veces parecen empeñados en desmitificar el misterio profundo de este oficio.
Nota al margen
Texto íntegro del parte médico de Jiménez Fortes
72 horas después del percance, el equipo médico que le atiende en el Hospital Clínica de Salamanca ha emitido el parte clínico en el que se explican todas las lesiones que sufre Jiménez Fortes. Para quien no es aficionado hasta puede pasar desapercibido lo que supone que, en el toro siguiente, su compañero de cartel, Domingo López Chávez, le echara las dos rodillas al suelo, en el mismo lugar de la cogida, para recibirlo con el capote. Es la estampa de la casta de un torero. La misma que Jiménez Fortes ha demostrado en la adversidad de los percances.
Pormenorizadamente detallada, no puede menos que impresionar la dimensión de las lesiones sufridas por Jiménez Fortes. El texto íntegro de este parte médico dice así:
El matador de toros Saúl Jiménez Fortes ingresó en el Complejo Asistencial Universitario de Salamanca la noche del domingo, 16 de agosto.
Presentaba una herida por asta de toro en la región mandibular inferior izquierda. Recibió atención inmediata en la enfermería de la plaza de toros, donde se le suturó la herida y se le colocó drenaje, no apreciando lesión de grandes vasos.
En el Clínico, y tras las pertinentes pruebas, se diagnostica:
Traumatismo facial cervical
Herida en región laterocervical izquierda por asta de toro de aproximadamente 15 centímetros
Herida de base de lengua y fosa amigdalina
Fractura de maxilar superior
Desgarro a nivel de paladar blando
Fractura de vómer, lámina perpendicular del etmoides y rostrum esfenoidal Fue intervenido quirúrgicamente de urgencia por el Servicio de Otorrinolaringología: limpieza, sutura y traqueotomía reglada
Se mantiene la monitorización y la medicación sedoanalgésica, así como con antibióticos de amplio espectro.
El paciente permanece respiratoria y hemodinámicamente estable y afebril.
Se han realizado curas de la herida, con buen aspecto hasta el momento.
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