MADRID. Segunda de la Feria de Otoño. Más de tres cuartos de plaza. Tres toros de Núñez del Cuvillo y tres sobreros de Juan Pedro Domecq (2º bis), El Torero (5º tris) y El Risco (6º bis); por chiqueros salió además un cuarto sobrero (5º bis), de Fermín Bohórquez, que también fue devuelto. Juan Serrano “Finito de Córdoba) (de grosella y oro), silencio y silencio. Iván Fandiño (de nazareno y oro), división de opiniones y silencio tras aviso. Daniel Luque (de coral y oro), silencio y silencio. La corrida se prolongó por espacio de dos horas y treinta y cinco minutos.
10 toros 10. Y no era corrida monstruo, de esas de cinco matadores; era un cartel convencional. Fue una corrida plúmbea, que pesó una barbaridad ya desde su mitad. No resulta fácil digerir una tarde como ésta, en la que parecía que todo se había puesto del revés.
Pero conviene anotar antes de seguir adelante que fue una corrida mal dirigida desde el palco. Desde luego, carece de todo sentido que el mismo Presidente que aprobó en el reconocimiento al impresentable sobrero de Bohórquez, cinco horas más tarde fuera el que lo devolviera a los corrales por la misma causa, después de una demora innecesaria que solo servía para enervar más al público. Pero todas las esperas que impuso en este caso, se volvieron precipitación en otras devoluciones.
Y un tercer apunte para terminar de definir del paisaje de una tarde aciaga. Desde este 3 de octubre Iván Fandiño ya conoce ese fenómeno tan madrileño de “el peso de la púrpura”: como cambia el criterio de Madrid cuando uno viene ya en plan figura a cómo le recibía cuándo tan sólo le veía como a ese aspirante con buen fondo. Por eso, debió sonarle muy fuerte, incluso parecerle increíble, la bronca de una parte del público cuando trató de saludar desde el tercio a la muerte de su primero. A más de un torero estas circunstancias hasta le hizo hasta perder el sitio ante los toros. Pero el vizcaino es fuerte de carácter y acabará por asimilar la experiencia, que algún día tenía que llegar. En cualquier caso, le quedará siempre un consuelo: estas diferencias en el comportamiento, estos idilios repentinamente rotos, sólo se dieron y se dan, hoy como en el pasado, con quienes el tendido consideró ya figuras.
En fin, que lo que nace torcido, acaba siendo una madeja que no hay quien la enderece. Y la de esta tarde parecía una madeja confeccionada a base de nudos marineros.
De la anunciada corrida de Núñez del Cuvillo tan sólo se pudo lidiar la mitad. Le tocaron volver a los corrales a 2º, 5º y 6º. Pero si es por una fortaleza cogida con alfileres –y no muchos–, fueron esos como pudieron ser otros. Todo el lote que vino desde Vejer de la Frontera pecó de lo mismo. Luego incluso tuvieron su cuota de clase ante los engaños, por más que muy a duras penas podían exteriorizarla. Y mucho menos crear ese clima de emoción sin el que no se entiende una corrida de toros. Con buñuelos de viento jamás se construyó un castillo. Paso atrás en esos apuntes de recuperación que se habían visto en los últimos meses en esta divisa. Y no es un dato como para alegrarse en este momento ganadero.
De los sobreros, tuvo calidad el de Juan Pedro Domecq, pero para no dejar a sus parientes en origen también adoleció esa misma carencia de fortaleza y de empuje. De todo punto increíble que se pudiera echar al ruedo el ya citado sobrero de Bohórquez: con más trapío se han visto este año en Las Ventas no menos de docena y media de novillos. Encastado mientras pudo con su cuerpo, resultó el de El Torero, que solo admitió la mitad de la faena de Fandiño: en cuanto cogió la izquierda, el toro dijo que eso ya no iba con él. Y sin mayor calidad ni más historias el que cerró plaza, con el hierro de “El Risco”, otro sucedáneo “domecq” que antes se anunciaba con el nombre de su titular: José Antonio Ramos.
La terna, hay que reconocerlo, “no pasó las de Caín”, porque ninguno de los diez astados que pisaron Las Ventas ofrecía complicaciones y peligros añadidos. Pero en cambio se llevó para casa una camión, más bien un tráiler, de decepciones. Si hacer el paseíllo en Madrid ya debe pesar lo suyo, mucho más debe hacerlo después de haber abierto la Puerta Grande unos meses antes. Proporcional a ese sobrepeso debe ser el grado de desengaño que se sufre cuando las cosas discurren como pasó esta tarde.
“Finito de Córdoba” pasó por Las Ventas aseado y profesional, sin buscarse complicaciones; salvo con la espada, que a los dos suyos los pasaportó a paso de banderilla.
Fandiño, dicho quedó, comprobó asombrado como se rompía el enamoramiento de Madrid, aquel que con tanto fervor le sacó en mayo por la Puerta de Alcalá. Y era el mismo torero que entonces y ahora siempre realiza las suertes muy ajustado y buscando llegar hasta muy atrás. Hubo unas primeras series sobre la mano derecha con el sobrero de “El Torero” que en otros momentos habrían levantado al tendido. Hoy, en cambio, porque unos sectores le tocaron las palmas a su suave trasteo –que otra cosa no cabía– con el primero de su lote, en otro sector se desató la bronca.
Incluso podría decirse que la afición recibió con cariño a Daniel Luque desde su quite al segundo de la tarde. La predisposición se mantuvo, pero los que no mantuvieron los mínimo exigibles a un toro bravo fueron sus enemigos. Por eso la tarde concluyó para él con los ribetes de la nada.
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